¿Cómo podía
haber sido tan estúpido? ¿Quién en su sano juicio habría cometido un error tan
gordo en una partida tan decisiva? Pedro no paraba de darle vueltas al asunto,
martirizándose por aquello. Seguro que en su club no volvían a convocarle más.
Todo comenzó a
torcerse ya en la apertura, totalmente desconocida, que su adversario le
planteó con las piezas blancas. ¡Dichoso peón de alfil rey! Eso debe de ser
malo. Seguro que sí. Pedro meditó largamente antes de estrenar su juego, unos
quince minutos más o menos, tras lo cual fue improvisando sus jugadas con una
creciente inquietud mientras dirigía tímidas y fugaces miradas a su
impertérrito rival, un paliducho de aspecto insano y con gafitas de empollón.
Su bolígrafo verde con el logotipo de Star
Trek confirmaba que se hallaba frente a un freak, posiblemente jugador de rol, de esos que acude a los
estrenos de cine disfrazado de marciano orejudo en pijama espacial.
En respuesta a los
movimientos de Pedro, su joven contrincante comenzó a esbozar, de vez en
cuando, una petulante y molesta sonrisa. Respondía con jugadas veloces y
desagradablemente certeras. Se diría que el gafitas conocía esa posición
perfectamente y la estaba jugando de memoria. ¡Qué asco!
Pedro comenzó a quedar
inferior. Su ofensiva en el flanco de dama se había mostrado tan lenta como
ineficaz mientras que su rival, tras acumular varias piezas en el otro lado,
amenazaba con lanzar un fuerte ataque sobre el enroque corto de Pedro. El resto
de jugadores, que suele oler este tipo de situaciones, ya empezaba a
arremolinarse en torno a su tablero.
Mucho esfuerzo, y sobre todo tiempo, le costo a
Pedro hallar la defensa correcta. Una sutil jugada de torre. Después de todo,
parecía que podría arañar unas tablas a su oponente e irse a casa con un
trabajado empate. Sus compañeros de club podían estar orgullosos de su tenaz
defensa. Pero el gafitas, ese horripilante gafitas, alzó su dama y la entregó,
en forma de sacrificio, ante la incredulidad de Pedro y una exclamación
general. Su respuesta era única así que Pedro no se lo pensó mucho y capturó la
dama. Apenas le quedaban unos instantes para pasar el control de tiempo. En
respuesta, su contrincante dio un par de jaques de caballo hasta crear lo que
parecía una sutil red de mate en tres. El tiempo transcurría inexorablemente y
amenazaba con agotarse. Por más que Pedro discurría, no hallaba solución
alguna. Podía devolver la dama entregada pero entraría en un final perdido con
dos peones de menos. ¿Y si escudaba su rey con la torre? No. Ésa no servía pues
recibiría un mate diferente. ¿Quizá lanzar su rey al centro del tablero y
exponerse a millones de jaques? Poco tiempo y muchas jugadas por calcular.
Mucha gente mirando. El boli verde, ese condenado boli verde... Demasiados
pipas, demasiada tensión… Pedro no pudo aguantarlo más y cogiendo el bolígrafo
lo incrustó en el ojo de su rival. El grueso cristal de sus gafas, tras
partirse en dos, no pudo impedir que el bolígrafo verde prosiguiera su marcha
triunfal.
Publicado en www.cesantmarti.com el 21 de mayo de 2005.
Ilustración de Joan Fontanillas Tapiol.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.
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