jueves, 26 de diciembre de 2013

Descobrir


De camell a lleó i després a nen,
descobrir que els raigs de sol brillen fort,
descobrir que naveguem a bon port  
per molt que udoli el tempestuós vent!

De camell a lleó i després a nen, 
reeixir victoriós de la mort   
i besar la més bella de la cort, 
descobrir que res no és suficient!

Conquerir imperis damasquinats, 
recórrer vasts territoris ignots
i descobrir tresors d’or i safirs!

Albirar horitzons inexplorats, 
deambular sobre núvols remots, 
dir sí a la vida, brandant un tirs!              

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 26 de desembre de 2013.
I·lustració: El caminant sobre el mar de núvols de Caspar David Friedrich (1818).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

sábado, 21 de diciembre de 2013

De vegades


De vegades, solament de vegades,  
me’n trobo una quan dorm al tren i bada, 
o passejant vora la mar salada;   
són les filloles de nimfes i fades. 

De vegades, unes poques vegades, 
les veig com festegen a la vesprada   
o prenen el sol a la balconada;   
encara són joves i desitjades. 

Llavors em recloc, mig enlluernat, 
i prenc el llapis i un paper en blanc, 
intentant retenir aquella imatge. 

Ah, què difícil en un vers rimat 
encabir-ho tot sense suar sang!       
El poema es queda en pàl·lid miratge.


Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 21 de desembre de 2013.
Imatge: Retrat d'una dona jove de Paul Émile Chabas (1869-1937).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Nu silenci


Fujo a corre-cuita pel bosc ferest,
allunyant-me dels llums de la ciutat
i dels fums decadents que han emboirat
els estels titil·lants dels cels de l’est. 

Abraço la fosca i m’hi endinso prest. 
Enrere queda la moralitat     
amb els seus grillons de ferro forjat; 
només resta l’espessa fronda agrest.

“On sou, nímfules belles?” –crido fort.
“On sou, satirots?” –pregunto de nou.  
Mes ningú respon, tot és nu silenci.   

S’amaguen al boscatge i fan el sord    
per més que els cerqui quan el jorn es clou. 
La tensa quietud fa que malpensi.


Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 8 de desembre de 2013.
Il·lustració: Paisatge amb llac de Jean Baptiste Camille Corot (1796-1875).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Lladrucs


Amagat darrere d’un canyissar,    
vora les tèbies aigües perlades, 
observo com les nàiades pigades  
creuen que ningú les ha d’espiar. 

Tan de bo les poguéssiu fitar!   
Desen les robes del tot confiades 
i es capbussen nues i esvalotades 
en aquest sublim i secret altar.  

Mireu com neden de dues en dues! 
Es banyen davant dels meus ulls porucs 
i prenen el sol a la clariana. 

Ah, quina joia veure-les nues!   
Però què sento? No són els lladrucs 
que s’acosten per ordre de Diana?


Il·lustració: Nimfes caçant de Julius Le Blanc Stewart (1855-1919).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.
Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 29 de novembre de 2013.

martes, 19 de noviembre de 2013

Les pomes


Quan creixen ufanes les núbils pomes
i les bones filles dormen al llit, 
la noia, que encara no té divuit,    
es passeja amb una boa de plomes.

Perfumada amb babilònics aromes, 
escurça la vora del seu vestit  
i torna només quan és negra nit
amb la pell magrejada per cent homes. 

Li es completament igual què diran;   
pica l’ullet i somriu la noieta           
mentre va presumint de cabells llargs. 

Les pomes tard o d’hora es marciran. 
Què serà de tu, quan siguis velleta?   
Sols un cabàs ple de records amargs.


Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 19 d'octubre de 2013.
Il·lustració de Paul Laurenzi (1964).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Libacions


Bella nímfula de llavis vermells,
sigues el meu coper aquesta nit!
Per Ganímedes i Bacus guarnit, 
porta’m el cílix ple fins als vorells!   

Deslliga la cinta dels teus cabells, 
que llisquin pell avall amb gran delit! 
Descorda’t el cinyell del blanc vestit 
i deixa’m besar els teus pits novells!

No temis servir a Cipris amb mi, 
ni beure plegats el dolç vi rosat 
quan, al tàlem, honorem la deessa! 

No olores el perfum de gessamí?   
Sigues amable i jeu al meu costat         
mentre fem les libacions de pressa!

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 3 de novembre de 2013.
Il·lustració: The loving cup, de Janet Agnes Cumbrae Stewart (1883-1960).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Guerra civil



Nadie recuerda cómo se inició la contienda pero lo cierto es que, desde antaño, las piezas de ajedrez se hallaban inmersas en una cruenta guerra civil por el control de las sesenta y cuatro casillas. Los trebejos batallaban sin cesar sobre un territorio llano y cuadriculado que a diario se teñía de sangre. Las bajas eran numerosas y las víctimas de cada combate eran exhibidas sin pudor como tristes trofeos en las zonas colindantes al tablero. En cualquier caso, jamás se declaraba tregua alguna. 

La ideología de ambos bandos no podía ser más opuesta. Por un lado, las blancas insistían en que el tablero era en su origen totalmente blanco. No obstante, en algún momento y por causas desconocidas, su lisa y pálida superficie había sido mancillada por una panda de manchas negras que, en poco tiempo, terminaron por dibujar una cuadrícula bicolor. Creyendo que toda casilla, incluso las negras, albergaba en su interior una naturaleza blanca, resultaba lógico que reclamaran la totalidad de las casillas, fueran blancas o negras. De hecho, también menospreciaban a las piezas negras por considerarlas una versión sucia e impura de las blancas. En cambio, sus oscuros rivales argumentaban que el tablero siempre había sido negro pero que, por desgaste de la pintura, habían ido surgiendo distintas rozaduras de color claro que acabaron por delimitar lo que luego serían las casillas blancas. Por supuesto, las piezas negras también ambicionaban un control absoluto sobre todo el territorio de madera y consideraban a sus blancos enemigos como un simple hatajo de piezas descoloridas que debían ser erradicadas.

La lucha era sangrienta y, poco a poco, fue desnudando el tablero de piezas. Al fin, cuando sólo quedaron con vida los reyes, éstos se intercambiaron una cruel mirada de odio sin que hubiera ganadores ni vencidos. La partida terminó en tablas y todas las piezas fueron depositadas, una a una, en su caja de madera. Solamente entonces, cuando la caja estuvo cerrada y los trebejos se vieron sumidos en la más completa oscuridad, comprendieron las piezas que el color de su barniz era un pequeño detalle sin importancia.

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 1 de noviembre de 2013.
Ilustración: Caja con piezas de ajedrez.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

jueves, 24 de octubre de 2013

La granja



O’Brian permanecía sentado junto al campo de energía que delimitaba el perímetro de la granja. Invisible pero imposible de atravesar, el campo de fuerza mantenía, contra su voluntad, a todos los humanos en el interior del recinto. Cualquier intento por traspasarlo iba acompañado de una fuerte y dolorosa descarga eléctrica de manera que tanto O’Brian como el resto de sus compañeros procuraban no acercarse demasiado a los límites de la finca.

El hombre apenas prestaba atención a las vastas praderas vírgenes que circundaban la parcela cultivada en la que vivían sino que concentraba su atención en el tablero de ajedrez que, ante sí, utilizaba para enfrentarse consigo mismo. O’Brian sabía que si resultaba vencedor en el torneo que cada año se disputaba en la granja sería seleccionado para abandonar la misma y ganarse su tan ansiada libertad. Por ese motivo entrenaba con tanto ahínco.

Su vida como policía de Nueva York quedaba muy atrás. Desde que ellos llegaron a la Tierra con sus platillos volantes todo había cambiado radicalmente. La guerra fue breve y muy cruenta. Cuando terminó, solamente sobrevivieron unos pocos, que fueron confinados en el interior de las granjas. Allí eran obligados a alimentarse con exóticas bayas de origen extraterrestre y a copular con las mujeres que, en proporción de veinte a uno, permanecían encerradas en unos pabellones de metacrilato.

Cada cierto tiempo, los extraterrestres organizaban un torneo de ajedrez y daban la oportunidad al ganador de abandonar la granja. Todos anhelaban salir de aquella prisión para humanos ya que la vida en el interior del recinto resultaba monótona y degradante. Copular con mujeres sanas, seleccionadas entre las más jóvenes y fértiles, no le molestaba en demasía pero sí el hecho de vivir una existencia rutinaria y animalesca. Ser seleccionado significaba una oportunidad para dejar atrás ese extraño lugar y ser requerido para tareas más intelectuales.

Cuando se cumplieron las fechas del torneo, O’Brian jugó al ajedrez con especial esmero y fue superando uno a uno a todos sus rivales. Derrotó con solvencia al pastelero Peter, a Sodalsky y a Tanaka, el taxista de Manhatan. En semifinales venció con algo de suerte a Smith ya que hizo trampas sin que nadie lo advirtiera y, para envidia de todos, se impuso también en la final a Joe Rossi, el orondo vendedor de perritos calientes.

Cuando acabó la partida, un platillo volante sobrevoló la granja y un haz de luz elevó a O’Brian por encima de sus envidiosos adversarios hasta el interior de la nave. Una vez dentro, O’Brian compartió el mismo premio que todos sus antecesores. Succionado hasta la última gota, los restos gelatinosos de O’Brian fueron esparcidos por toda la granja para regar las suculentas bayas que alimentaban al resto de prisioneros.
Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 24 de octubre de 2013.
Ilustración: Granja en un campo de trigo de Vincent Van Gogh (1888).
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

viernes, 4 de octubre de 2013

Rar encís


Assegut en silenci al passadís,  
observes infermeres i doctors  
que van circulant pels blancs corredors 
de la teva nova llar, rar encís.

El teu passat es va fent fonedís       
i et preguntes on estàs, entre plors. 
No comprens perquè et visiten senyors 
i amables dones sense previ avís.

Quan et criden per anar a sopar,
et capfiques amb alguna cabòria,
i, apartant els coberts, uses el dit.

No pateixis si no pots recordar,
que tots junts serem la teva memòria
i t’abraçarem en el fosc oblit.


Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 4 d'octubre de 2013.
Imatge: Home vell amb pena (Al llindar de eternitat) de Vincent Van Gogh (1890).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

sábado, 21 de septiembre de 2013

M'agradaria


La seva bellesa desprèn candor.
Quan ella arriba, dolça com la mel,
em sembla un àngel vingut des del cel,
tot s’il·lumina, tot sembla millor.

La seva puresa m’inspira amor...
però mai no em veu, llàgrimes de fel.
No sóc prou bo en aquest funest duel,
sinó un monstre repugnant, un horror.

M’agradaria tant tenir bon cos!
M’agradaria tant saber-ho tot!
Llavors ella sabria que existeixo...

Però passa de llarg amb pas veloç
i s’abraça al ferm tors del seu xicot.
Què patètic sóc! Ni viure mereixo...

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 21 de setembre de 2013.
Imatge: Detall d'El naixement de Venus (1483-1484) de Sandro Botticelli.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Platges emporitanes


A les fredes platges emporitanes  
collim un tresor de buides petxines:                      
escopinyes, cloïsses, tellerines                              
que arrosseguen les onades llunyanes.              
 

Ens observen en silenci les planes                          
que, avui cobertes de velles ruïnes,                       
protegien abans forces divines                                 
entre muralles gregues i romanes.                        
 

Ara, a desgrat del poderós Asclepi,                        
cadascun dels seus devots habitants                     
jau devorat per l’oblit implacable.                       
 

Permeteu-me, un cop més, que jo discrepi     
si menyspreo deïtats tan distants                         
per llençar-nos a la mort miserable. 

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 4 de setembre de 2013.
Fotografia: L'Asclepi d'Empúries (Joan Fontanillas).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

domingo, 18 de agosto de 2013

Siurana


Des dels prominents cingles de Siurana,
s’albiren rocallosos espadats                     

que desperten mig enteranyinats         
quan la boira matinal s’hi agermana.

Llavors el breu sol ixent engalana       
les aigües del riu amb llustres daurats
i saluda alegre els camps conreats         
que envolten l’alcàsser de la sultana.

Davant la bellesa d’aquest paisatge,     
s’entén que la reina mora saltés             
a galop i marqués la dura roca...              

Qui podria gaudir d’aquest paratge       
i suportar trist exili després?                  
Saltà, saltà contra la dura roca!


Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 18 d'agost de 2013.
Fotografia: vistes de Siurana de Prades.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

martes, 13 de agosto de 2013

Qüestió de sort


Amagada en un racó fosc i brut,               
la van trobar un dimecres de maig.         
Veient-la sola, vaig pensar: “Què faig?”          
i, en un moment, ja me l’havia endut. 
 

Quan la duia pel carrer costerut               
a casa meva –no tinc pas garaig-,              
ella tenia d’edat un mes i escaig          
i roncava, feliç d’haver vingut.             
 

Ara, passa els dies fent el cor fort,          
jaient en brodats coixins de setí,             
i badalla com si res li calgués.                  
 

El seu germà no tingué tanta sort            
i, esclafat enmig de l’aspre camí,         
morí sense que ningú l’ajudés.

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 13 d'agost de 2013.
Il·lustració: Cartell modernista del cabaret Le Chat Noir, de Théophile Alexandre Steinlen.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

jueves, 1 de agosto de 2013

Sàtir bregat

 

Quan em vaig despertar molt aviat,   
després d’un somni farcit de neguit,
vaig trobar-me estirat en el meu llit,
convertit, ai las, en sàtir bregat.
 

“No pot ser!”-vaig cridat tot espantat.
Palpava les banyetes amb el dit, 
les cames... eren potes de cabrit 
i la cua, grossa com un pecat.
 

“Què diran? Què faré?” -dubtava tant! 
Panxut com un gran odre ple de vi,
dels nervis m’estirava les orelles.
 

Vaig obrir el finestral i, saltant, 
fugí als feréstecs boscos de garbí, 
exclamant: ”Ara vinc, nímfules belles!”.

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el dia 1 d'agost de 2013.
Il·lustració: Bust de satir (1621), de Jacob Jordaens.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

domingo, 16 de junio de 2013

Flors


Els camps, un any més, s’omplen de colors
quan reviscola la colza ben dreta; 
les prades vesteixen de groc burleta
i el temps cíclic rebrota les olors.

Malauradament, no totes les flors
són de vida ni alegren el poeta.
Algunes flors dormen a la cuneta;
són rams de mort, palplantats entre plors.

Vells amics meus, com us trobo a faltar! 
Uns capellans m’han dit que reposeu
a la distant illa dels benaurats...  

Què saben ells dels blaus cels d’ultramar!
La flor que, trepitjada pel fat, jeu   
mai més no s’alçarà entre els espigats.

Publicat a www.lapiedraquehoradalalluvia.blogspot.com en format video el 15 de juny de 2013.
Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 16 de juny de 2013.
Foto: camps de colza.
Text de Joan Fontanillas Sánchez

domingo, 26 de mayo de 2013

La fotografía de K


Desde que tengo uso de razón admiro a las dos K. Anatoly Karpov y Garry Kasparov. Ha habido otras K, como Keres, Korchnoi o Kramnik pero todo el mundo sabe que estos ajedrecistas no han brillado con tanta intensidad ni durante tanto tiempo.

Para empezar, cabe recordar que tanto Keres como el disidente Korchnoi, superviviente de los horrores de Stalingrado, rozaron la corona mundial en varias ocasiones pero no llegaron a ostentar jamás el título de Campeón del Mundo. Kramnik sí que llegó a ocupar el primer puesto pero nunca lo hizo de un modo claro y convincente. Incluso siendo campeón, siempre hubo otros jugadores que le aventajaron en cuanto a resultados.

Por el contrario, tanto Karpov como Kasparov marcaron una época en la historia del ajedrez. Juntos suman casi treinta años de supremacía ininterrumpida y sus legendarios duelos permanecerán siempre en la memoria de millones de aficionados. Sólo hay, por tanto, dos K.

Desafortunadamente, nada es eterno en este mundo y mucho menos en el Olimpo del ajedrez. La edad indefectiblemente a todos nos pasa factura. Incluso a las dos K. Tanto Karpov como Kasparov tuvieron su momento de gloria y se les respeta por ello aunque, ahora, ninguno de ellos practica ya el ajedrez si no es para tomar parte en algún acto benéfico o de promoción del noble juego de reyes.

Mi admiración por ellos nunca ha dejado de crecer desde mi más tierna infancia. Siempre he sido un simple aficionado, demasiado insignificante como para ser conocido. Además, vivo muy alejado de los grandes torneos. Los astros del tablero juegan siempre entre sí, sin mezclarse con los mediocres. No resulta extraño, pues, que nada supieran de mi existencia y que yo tuviera que conformarme con seguir sus logros desde las revistas especializadas o Internet. Por fortuna, todo esto cambió el día en que Kasparov anunció que visitaría Barcelona para promocionar el último de sus libros. Por lo visto, finalmente le conocería.

Su nueva obra no era un tratado de ajedrez –área en la que nadie discute su genial maestría- sino más bien un ambicioso libro de autoayuda en el que Kasparov establecía un rotundo paralelismo entre la vida y el ajedrez. En la contraportada aparecía una foto suya con cara de psicólogo de diván. Exhibía una expresión cansina, como si ya conociera todos los entresijos de la vida y, en un alarde de generosidad, estuviera dispuesto a compartirlos con el resto de mortales.

Los organizadores –unos grandes almacenes de la ciudad- habían anunciado a bombo y platillo que el autor firmaría ejemplares de su libro esa misma tarde así que compré uno de sus libros y, en compañía de mi amigo el actor, hice cola para lograr un autógrafo. La espera fue larga pero valió la pena. Allí estaba él. En persona. Algo más viejo y sin la mirada asesina que, según los periodistas, le caracterizaba. Su pelo había encanecido y asomaba en su cabeza una creciente coronilla. Mostraba un rostro afable aunque imperturbable, como de jugador de póquer. Se sentó y comenzó a firmar autógrafos con una destreza admirable. Se notaba que estaba acostumbrado a todos esos paripés.

La cola avanzaba deprisa, pero no lo suficiente. Los que esperábamos al final tuvimos tiempo de charlar sobre su polémica persona y pude constatar que la gran mayoría de los asistentes no eran lo que se dice fans suyos, sino más bien simples curiosos. De haber tenido unos cacahuetes a mano, seguro que más de uno se los habría arrojado al ruso para ver cómo reaccionaba. Admiro a ese tipo. De verdad. Pero no sé por qué extraña razón no pude contenerme y grité junto a mi amigo el actor “¡Viva Karpov!” un par de veces. No sé por qué lo hice. De verdad. Quizá fue para ayudarle a recuperar su instinto asesino. No lo sé. Los guardaespaldas de Kasparov miraron hacia nuestra zona en busca de culpables pero, incapaces de detectarnos entre la multitud, pusieron caras largas y se mantuvieron alerta.

Por fin lo tuvimos delante y pude entregarle mi libro –o su libro, según se mire-. Una azafata, muy mona ella, estaba a su lado y me preguntó el nombre. Cuando se lo dije, lo anotó con buena letra en una hoja y se lo mostró al campeón para que éste no cometiera ninguna falta de ortografía. ¡Qué profesional! Me lo dedicó y, tras rubricarlo, me dio la mano con firmeza, como si fuéramos a comenzar una partida por el Campeonato del Mundo. Sonreí atolondradamente y logré que mi amigo el actor nos echara una fotografía con mi viejo teléfono móvil. ¡Menuda suerte! Traté de demorar el momento todo cuanto pude, sin soltar su mano, pero los guardias de seguridad me tomaron del brazo y me invitaron amablemente a despejar el mostrador.  

Mi amigo el actor también estuvo de suerte y obtuvo su autógrafo. Debo confesar que Kasparov hizo mejor letra en el ejemplar de mi amigo pero al menos yo tenía una foto con él. No era muy buena, lo reconozco, pero ya servía. Se me veía media cara pero se me identificaba perfectamente justo en el momento en que nos estábamos estrechando la mano.

Llegué eufórico a mi casa y fui enseñando la foto a todo el mundo. Pensé en grabarla en mi ordenador por si ocurría algún percance pero lo demoré unos pocos días y, cuando quise darme cuenta, mi móvil falleció. Todavía no sé exactamente qué ocurrió pero creo que fue la batería o el mecanismo de recarga. El caso es que mi móvil murió y con él las valiosas fotos que había almacenado en su interior. El suceso me afectó terriblemente y no tardé en sufrir una grave crisis personal. Apenas pude pegar ojo durante varios días pero, afortunadamente, todavía conservaba su firma y eso me ayudó a recuperar las ganas de vivir y seguir adelante.

El tiempo pasó y por fin llegó otra gran oportunidad. Esta vez era el mítico Karpov quien daría una exhibición en una conocida sala de fiestas de Barcelona. Cuando tuve noticia de su visita, no lo dudé un instante y acudí al evento con mis mejores galas. Se me brindaba una segunda ocasión así que enfundé mi cuerpo serrano en un traje gris que reservo para bodas y bautizos y anudé a mi cuello una de mis corbatas favoritas, una de color azul eléctrico que muestra un estrambótico estampado de piezas flotantes de ajedrez.

Como suele ocurrir en tales ocasiones, no fui solo. Me acompañaba otro amigo, el escritor de tragedias. Mi amigo había acudido con traje y corbata, como suele ser habitual en él. Parecía un sabio despistado o, peor aún, un seminarista de aviesas intenciones aunque, en general, podría decirse que vestía con corrección. Casualmente, este amigo llevaba una cámara fotográfica. No es que mi acompañante fuera un fan de Karpov, precisamente, y soñara con tener una foto suya en su cuarto, sino más bien era otra cosa. Ocurría que el escritor de tragedias estaba proyectando algunos negocios relacionados con el mundo del ajedrez y, para promocionarse él mismo, buscaba el fotografiarse con grandes jugadores para parecer alguien importante y vender mejor su producto. De hecho, ya había tramado un astuto plan para fotografiarnos con el ruso así que confié en él y nos sentamos entre el público, cerca de las primeras filas.

Apareció en el escenario un señor mayor con esmoquin y, tras un breve discurso, repleto de florituras retóricas, presentó a Karpov. El público irrumpió en aplausos y Karpov hizo acto de presencia de un modo francamente teatral. Salió de entre la bruma, como si fuera un vago espejismo del desierto o una tenue ensoñación wagneriana. Con el pelo liso y grasiento, llevaba un traje caro pero no muy elegante. No cabía duda de que los años no habían pasado en balde y mi héroe de juventud había engordado unos cuantos kilos. Quizá demasiados. Pese a ello, todavía conservaba ese halo mágico que sólo poseen los campeones. Apareció también su rival. Alto y con gafitas de informático. Era Miguel Illescas, nuestro campeón nacional, un gran jugador y todo eso, magnífico empresario, pero nada serio en comparación con Karpov. Estaba claro quién era el favorito. Se dieron la mano con aparente caballerosidad y se hizo un silencio sepulcral. Se sucedieron las primeras jugadas y pronto comenzaron a lidiar en un vibrante duelo a dos partidas.

La verdad es que no me decepcionó. El ruso llegó, vio y venció. Su rival, pese a ser mucho más joven y estar todavía en plenitud de fuerzas, apenas pudo hacer nada frente a la impecable técnica del gélido Karpov. Mi héroe volvió a ganar, como en sus mejores tiempos. Cuando el triunfo se produjo, una riada de aficionados celebró efusivamente la victoria y se abalanzó desordenadamente sobre Karpov. Mi amigo el escritor de tragedias y yo también nos aproximamos al ruso con sincero fervor ajedrecístico y, tras dura lucha, logramos hacernos con uno de sus preciados autógrafos. Karpov se mostraba amable y firmaba con soltura, aunque sin mediar palabra. De todos modos, tampoco hacía falta. Su carácter, sereno y bondadoso, irradiaba una paz tan espiritual que, por un momento, me emocioné y creí verle flotar entre los presentes con un nimbo sobre su santa cabeza.

Cuando el acto hubo concluido para el gran público, mi amigo el escritor de tragedias me relató su plan. Comentó que, en el piso de arriba, unos pocos privilegiados podrían gozar de una selecta fiesta en compañía del Gran Maestro ruso. Ignoro de dónde sacó semejante información pero, habiéndonos propuesto lograr una foto, llegamos a colarnos en la zona VIP sin ser descubiertos y, en un despiste de los servicios de seguridad, pudimos acercarnos al mismísimo Karpov y pedirle con humildad sí era tan amable de hacerse una foto con nosotros. “Of course” respondió el astro con una voz sorprendentemente aguda, casi andrógina. La verdad es que no esperaba un timbre de voz tan agudo, casi aniñado, y me imaginé a Kasparov imitándole en privado, mofándose de él. Mi amigo, el escritor de tragedias, sacó la cámara a toda velocidad e hicimos un posado con Karpov en el centro. Era la foto perfecta. La culminación de toda una vida de aficionado. Yo a la izquierda, Karpov en el medio y mi amigo, el escritor de tragedias, a la derecha.

Luego no sé qué ocurrió con exactitud. La mujer que nos estaba echando la foto puso mala cara y dijo que no cabíamos los tres. ¡Qué inútil! El caso es que lo decía por mí. Me estaba llamando gordo. Karpov hizo una mueca extraña, como si no entendiera qué ocurría. Mi amigo, el escritor de tragedias, no lo dudó un instante y me sacó vilmente del encuadre. Cuando quise darme cuenta, mi amigo ya se había hecho la foto sin mí. Traté de impedirlo y conseguir una segunda foto en la que yo sí apareciera pero ya no fue posible. Un grupo de periodistas me apartó de Karpov a toda prisa y, apoderándose del ruso, se lo llevó en volandas a su camerino. Desolado, jamás volví a verle. Había perdido mi última ocasión.

Lo que ocurrió después todavía fue más confuso. Yo no lo recuerdo bien pero dicen que agarré a mi amigo por el cuello y, sin esperar a que su cara se pusiera morada por la falta de oxígeno, lo precipité por una barandilla al piso de abajo. La verdad es que no fue para tanto y, en todo caso, se trató de un incidente aislado. Por eso espero que usted, amabilísimo señor juez, reconsidere su decisión y estime conveniente el concederme la libertad. 

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 26 de mayo de 2013.
Fotografía: Karpov y Kasparov, disputando el título mundial de ajedrez en 1984.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

viernes, 17 de mayo de 2013

Absorto


Don Manuel permanecía absorto ante su tablero de ajedrez. Atrás quedaban sus espectaculares partidas contra Luis y Juan, sus viejos camaradas de club. Desgraciadamente el tiempo había mermado a estos veteranos jugadores hasta tal punto que jamás volverían a jugar. Juan se había quedado sordo y sus problemas de corazón acabaron por apartarle de la competición. Luis tuvo que dejarlo cuando perdió la vista por su enfermedad en la retina. El mal de Manuel era diferente. Contemplaba el tablero pensando qué diablos eran esas piezas.

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 17 de mayo de 2013.
Ilustración: Viejo con barba, de Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1630).
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

La discusión



La niña yacía echada sobre su cama mientras jugaba consigo misma al ajedrez. Llevaba puesto un camisón y movía nerviosamente las diminutas piezas de un tablero plegable, intentando hallar, en sus casillas, la paz que no encontraba en su hogar.

Más abajo, en el comedor, discutían acaloradamente su madre y el enésimo novio que ésta se había buscado. Seguramente reñían por algún asunto relacionado con la falta de dinero o, peor aún, con las drogas. De hecho, no era la primera vez que la milicia de Moscú había tenido que acudir a su domicilio tras una denuncia de sus vecinos. Mientras tanto, su hermanito, de pocos meses de edad, sollozaba a pleno pulmón desde la cuna.

La mujer no paraba de gritar como una loca, reprochando a su pareja que hubiera vuelto a gastarse los rublos en alcohol barato y regresara borracho, una vez más, a casa. El hombre no se amedrentaba en absoluto y, completamente fuera de sí, vociferaba a su antojo toda clase de improperios. 

En cierto momento, Katia escuchó un ruido sordo, similar a un golpe brusco, y luego oyó una rotura de cristales. Su madre calló de inmediato. El niño seguía llorando. 

Katia trató de abstraerse de todo aquel alboroto y se concentró en la complicada posición que ofrecía el tablero. Cuando quiso darse cuenta, la puerta de su habitación se abrió de par en par, con un portazo, y apareció en el umbral de la entrada aquel hombre que, por capricho o debilidad de su madre, seguía ejerciendo de padrastro. Se había despojado del cinturón y, mientras entraba, lo enarbolaba amenazadoramente. La niña sabía lo que le aguardaba. No era la primera vez.

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 17 de mayo de 2013.
Ilustración: Girl arranging her hair, de Mary Cassatt (1886).
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

domingo, 5 de mayo de 2013

Tesoro hundido, tesoro maldito


La tempestad llegó de improvisto y cogió por sorpresa a los confiados tripulantes del navío, un viejo galeón español que venía cargado de oro desde las Américas. Nadie esperaba semejante tromba de agua. Ni los más veteranos.

Los vientos huracanados soplaban sin cesar, furiosos y agresivos. Agitaban implacablemente la espumosa superficie marina mientras zarandeaban el barco con un estruendo aterrador. Entretanto, las rugientes olas se levantaban rítmicamente a una altura mucho mayor que la de la embarcación y anegaban completamente la cubierta con el agua fría del océano.

Pese a los esfuerzos de los marineros por gobernar el rumbo de la nave, ésta flotaba a la deriva, sin control alguno, a merced de los elementos. El capitán, completamente empapado, alzaba su sable en todas direcciones y no paraba de dar órdenes a sus hombres con la esperanza de mantener el barco a flote. Desgraciadamente, uno de los mástiles comenzó a quebrarse por la titánica fuerza del viento y acabó desplomándose pesadamente sobre la cubierta. El viejo velamen yacía hecho jirones sobre las cabezas de los asustados tripulantes, que ya temían lo peor. Hubieran tratado de abandonar aquel inhóspito rincón de mundo pero, dadas las circunstancias, el timón permanecía bloqueado por las corrientes marinas y era imposible alejarse de aquella trampa mortal. Sólo cabía esperar.

Al fin el mar se cobró su tributo y, tras un quejumbroso chasquido del casco, la mole de agua engulló completamente al barco y los tablones de madera fueron desapareciendo bajo las olas. Muchos marineros se vieron arrastrados por la corriente marina hasta el fondo del océano mientras el resto de tripulantes, debatiéndose con las fuerzas de la naturaleza, acabó pereciendo por el frío y el cansancio. En su postrero viaje, los cadáveres así como sus pertrechos fueron posándose calmosamente en el fondo marino.

A varios metros de profundidad, el paisaje acuático era muy distinto a la tempestad que se vivía más arriba. Los nutridos bancos de peces multicolores y los llamativos corales permanecían ajenos al caótico movimiento que se vivía en la superficie.

Bajo las olas alguien observaba atentamente el triste destino de los marineros. Un par de tritones contemplaba la escena desde un recóndito escondrijo y tomaba buena nota de dónde caían los restos más interesantes. Los prudentes tritones mostraban una naturaleza claramente híbrida. De cintura para arriba, guardaban un cierto parecido con los humanos aunque sus orejas acababan en punta y su pecho albergaba branquias en lugar de pulmones. De cintura para abajo, los tritones exhibían una robusta y escamosa cola de pez que les permitía zambullirse y bucear con maestría bajo las aguas del océano. Como protección adicional, ambos tritones enarbolaban un tridente perlado cada uno, a modo de defensa, en sus manos palmípedas.

Cuando estuvieron seguros de que todo estaba en calma, los tritones avanzaron hacia los despojos del naufragio. No se inmutaron por la presencia de cadáveres bajo el agua, pues estaban acostumbrados a la dura vida del mar, ni tampoco se sorprendieron por la ingente cantidad de oro que reposaba sobre la arena del fondo marino. Varios arcones con cientos o incluso miles de monedas doradas de ocho escudos yacían ahora en territorio tritón. El ser acuático más robusto, con una cabellera larga y verdosa de una textura muy semejante a las algas, tomó una de las gruesas monedas y examinó ambas caras. En el anverso había un complejo escudo de armas con varios emblemas que el tritón fue incapaz de descifrar. Unas letras que sí pudo identificar decían CAROLUS II D. G. aunque no comprendía el significado de las mismas. Giró la moneda y en su reverso pudo distinguir una cruz rodeada por unas letras borrosas así como los números 1692. Sin darle mayor importancia, el tritón arrojó la moneda al suelo, junto a las otras, y fue en busca de algo más interesante. En esa zona, con un clima adverso y caprichoso, los hundimientos de barcos eran relativamente frecuentes y la presencia de monedas de oro y plata ya no sorprendía ni interesaba a los habitantes del fondo marino. Allí el dinero no significaba nada, ni tenía valor alguno.

Los tritones fueron investigando los diversos objetos que el galeón hundido ofrecía hasta que repararon en la ostentosa presencia de un voluminoso arcón de madera. El baúl estaba cerrado con un candado de hierro pero el tritón más robusto golpeó diversas veces la cerradura con su tridente y el metal cedió a la tercera embestida. Su compañero, más estilizado y sin pelo alguno sobre su calva cabeza, abrió ansiosamente el arcón y, en su interior, tras una cortina de burbujas, hallaron una misteriosa cajita rectangular de madera, ancha y poco profunda, cuya superficie tallada exhibía una extraña y omnipresente cuadrícula que alternaba espacios claros y oscuros en una suerte de mosaico blanco y negro. Al abrirla, encontraron un variado grupo de figurillas en oro y plata que no supieron identificar aunque unas pocas, cuatro a lo sumo, les recordaron a un caballito de mar, aunque sin la cola en espiral. Satisfechos con el hallazgo, los tritones guardaron la cajita con sus figuritas y se la llevaron a Atlantis, la milenaria capital del reino tritón.

Poco más se sabe de lo que ocurrió en aquella ciudad submarina. Se rumorea que, amparándose en la magia, los tritones terminaron por averiguar el funcionamiento de aquellas misteriosas figurillas e incluso aprendieron el inquietante uso de su caja cuadriculada. Desoyendo el consejo de los más ancianos, los tritones más jóvenes utilizaron frívolamente las figurillas para su diversión y aquel inocente descubrimiento pronto desembocó en una peligrosa y absorbente moda. Los tritones se aficionaron al nuevo juego de mesa y rápidamente perdieron todo interés en los asuntos del mar. En un breve espacio de tiempo los océanos quedaron desatendidos y el reino se empobreció terriblemente. El pueblo pasaba hambre y, poco a poco, los tritones se volvieron cada vez más esquivos y huraños. En lugar de ser amigos y colaborar, competían entre sí y comenzaron a verse los unos a los otros como simples adversarios o incluso enemigos. Los que invertían más horas en aquel oscuro pasatiempo desarrollaron incluso un comportamiento apático y renuente que rozaba la misantropía. No participaban de las actividades de la comunidad y llevaban una vida sospechosamente solitaria. Cuando aparecieron los primeros altercados violentos, las autoridades de Atlantis se vieron obligadas a prohibir el juego y decretaron que la caja y sus figuras fueran devueltas a los malignos humanos que las habían creado.  

Los mismos dos tritones que trajeron la desgracia a su pueblo fueron los encargados de devolver el peligroso juego a sus abyectos hacedores, los humanos. Una fría noche de luna llena, cuando las estrellas iluminaban el negro firmamento, los tritones abandonaron la cajita en una playa cercana a Nápoles y regresaron a su país sumergido.

Desgraciadamente, algún tritón demasiado aferrado al juego incumplió la prohibición y tuvo la funesta idea de elaborar varias copias de la caja y de las piezas que contenía. En poco tiempo y pese a los esfuerzos de las autoridades, el reino de Atlantis volvió a sumirse en una nueva y definitiva espiral de confusión. Los tableros de ajedrez se multiplicaron hasta lo indecible y desde entonces nadie más ha divisado tritones en la superficie del mar.

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 5 de mayo de 2013.
Ilustración: Una sirena (1901) de John William Waterhouse.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

martes, 23 de abril de 2013

El capità de la torre dels frares


Abandonades al peu de la torre,     
jauen malmeses les meves despulles         
sobre un mantell de tardorenques fulles;
sóc un capità a qui ningú socorre.
 

El fum negre per la torre discorre,         
no queden canons, ni braves patrulles;       
la tropa covarda per quatre xulles       
aquí m’ha deixat...  i encara ara corre!  
 

Tant se val si, dissortat, he caigut       
en explotar una bomba de mà         
o bé traït pels meus propis soldats.    
 

Aquí estic, sense botes ni taüt, 
passant les tristes hores en va 
mentre Hostalric crema per tots costats.

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 23 d'abril de 2013.
Imatge: La Torre dels Frares (Hostalric), de Joan Fontanillas Sánchez.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

martes, 16 de abril de 2013

Abradatas i Pantea


I – La reina de Susa

Disfressada entre les fidels serventes,
la formosa muller del rei de Susa
es tapa el rostre amb qualsevol excusa
mentre amaga les polseres lluentes.

Els soldats perses han entrat a empentes,
brandint dagues de bronze, gent intrusa,
han mort tots els guardes i pres la clusa
quan les hosts del marit eren absentes.

La vil soldadesca busca botí,
escorcollen les tendes, embogits,
i acaben descobrint la bella dama.

Pantea lamenta el funest destí
que els déus li reserven, esclaves nits,
mes no la forcen, car Cir la reclama.

II – El retrobament dels esposos

El rei Cir acull la reina de Susa,
protegint amb gran zel el seu honor,
i, vestint-la gentil amb teles d’or
com si fos sa germana, no n’abusa.

L’assíria Pantea està confusa
car el rei persa la tracta amb favor
i permet, a més, que el seu dolç amor,
Abradatas, torni amb tropa profusa.

Marit i muller s’abracen feliços,
i, agraint el gest del monarca persa,
li juren, ai, fidelitat al rei.

De nit resten sols, sopant bons anissos,
i s’expliquen tot en franca conversa,
recordant que a Cir li deuen servei.

III – La batalla de Sardes

Abradatas parteix a la batalla,
abillat amb or en elm i cuirassa,
quan Pantea clama que, si fracassa,
torni només com a trista mortalla.

Envesteix fort l’egípcia muralla
i molts soldats amb les armes traspassa
però tants són els morts que amassa,
que el seu propi carro tomba i s’encalla.

Abradatas cau del carro falçat
i tasta les cruels dalles bastardes
que tallen tova carn, os i tendrum.

Quan s’alça la lluna al cel estelat,
Cir ha vençut la batalla de Sardes,
mes el de Susa no veu ja la llum.

IV – El túmul al riu Pactol 

Quan rep la nova la reina Pantea,
es lamenta amb plors i crits de dolor,
car ha de contemplar el seu amor,
mort i mutilat, i pena li crea.

El valor demostrat Cir no menysprea
i ordena que apleguin un gran tresor,
i sacrifiquin cent bous en honor
del valent guerrer que estima Pantea.

Mes cap gest consola la trista esposa,
que erigeix un túmul al riu Pactol
i dóna instruccions, ai, als seus servents.

Punyal en mà es dóna mort dolorosa
i prop del marit jau, cercant condol,
havent après que breus són els valents.

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 16 d'abril de 2013.
Imatge: Relleu d'esfinx amb rostre de Darius I a Susa (s.VI i V a.C.).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.