Avanzamos con sigilo por el
pasillo de la sexta planta. Desde aquel desencuentro en el Social por el color
de los banderines se nos había declarado non gratos y teníamos que acudir
escoltados al Sant Martí. Bob sudaba profusamente y apretaba los labios en una
extraña mueca de nerviosismo mientras nos acercábamos a la sala de juego.
Procedimos según el plan y Bob
sacó su trompeta. Entró en la sala grande, repleta de ajedrecistas disputando
sus partidas en un silencio sepulcral, solamente interrumpido por el tictac de
los relojes. Algunos de los presentes le reconocieron de inmediato y comenzaron
a alzarse de sus asientos previendo lo que iba a ocurrir. Bob respiró hondo,
tomó aire y acercando la trompeta a sus labios hizo sonar aquel cuerno dorado
de guerra. Se produjo un fuerte altercado y el resto de jugadores, que estaban
en la sala más pequeña, salieron a ver qué ocurría. Yo abandoné mi escondrijo,
tras un extintor, y aproveché la distracción general para colarme en la sala
adyacente, más pequeña, que ahora estaba vacía. Rebusqué afanosamente entre los
armarios, sabedor de que no disponía de mucho tiempo mientras daban una paliza
a Bob. Por fin hallé los talonarios. Hojeé frenéticamente su interior y pude comprobar
con regocijo que se trataba de las participaciones de lotería del Sant Martí.
Era el 53799 tal y como había predicho la pitonisa. Guardé los talonarios en mi
bolsillo, abrí la ventana y me precipité al vacío con gran euforia. El
paracaídas había funcionado.
Publicado en www.elblogdecatulo.blogspot.com el 11 de octubre de 2011.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario