La estación orbital Zima era motivo de satisfacción para los
científicos rusos y chinos. Unidos en un esfuerzo común, habían construido esta
astronave y la habían puesto en órbita alrededor de la Tierra para tareas de
índole científica. Su misión era analizar las emisiones de rayos gamma
procedentes de las galaxias más cercanas y, de paso, apuntar con un par de
misiles a Washington D.C., bastión del capitalismo.
La tripulación estaba integrada
por tres cosmonautas: el comandante ruso Igor Tregubov, piloto de la astronave,
el capitán chino Shen Xiangfu, oficial científico, y el teniente ruso Vladimir
Popov, experto en comunicaciones y sistemas.
Tres meses
llevaban flotando ya en el espacio. El teniente Popov recordaba a menudo los
largos años de entrenamiento aeroespacial, el excitante y trémulo despegue del
cohete ante millones de atónitos telespectadores, la desconcertante gravedad
cero y, sobre todo, la sensacional vista que ofrecía, desde arriba, el globo
terráqueo con sus inmensos océanos azules.
En cualquier
caso, la vida a bordo de la astronave resultaba bastante monótona y consistía
en una mezcla de aburridos protocolos informáticos y dietas a base de pastillas
de colores con sabor a legumbre y pollo. Cuando uno ha orbitado ya cientos de
veces sobre la Tierra y vuelve a contemplar por el ventanuco esa enorme bola
azul sobre fondo negro, llega un momento en que el paisaje resulta cansino y
molesto. Globo azulado sobre fondo negro. Globo azulado sobre fondo negro.
Globo azulado sobre fondo negro. Si no
fuera por su afición al ajedrez, Popov habría tenido serios problemas para
resistir mucho tiempo semejante aislamiento. Las conversaciones con sus
compañeros pronto le resultaron aburridas y repetitivas, por no decir
patéticamente melancólicas, así que Popov disfrutaba abandonándose a los
trebejos del ajedrez.
En una primera
fase, Popov convenció a sus colegas para ir jugando partidas cada cierto tiempo
pero, tras dos o tres apabullantes victorias, tanto el chino como su
compatriota Igor optaron por desestimar cualquier invitación al juego. Ambos
preferían jugar a cartas, donde el elemento azaroso da siempre una oportunidad
al jugador más torpe. Popov se vio obligado, entonces, a jugar partidas con
BONIAK 9000, la computadora central de la nave.
BONIAK 9000
era un complejo sistema informático que regulaba todas las tareas diarias y
velaba por la integridad de los soportes vitales. Desgraciadamente, el módulo
de análisis que la computadora utilizaba para el ajedrez era muy sencillo y
Popov, pese a ser un aficionado medio, lograba vencer al ordenador la mayoría
de las veces. Para darle más emoción, el ruso optó por modificar la
programación de BONIAK, añadiendo algunas mejoras sistema y dándole la
capacidad de aprender de sus propios errores. De este modo, la computadora no
caía dos veces en la misma trampa y poco a poco iba mejorando su juego y
ofreciendo más resistencia al tenaz juego de Popov. Sus compañeros, viéndole
teclear con frenesí ante el ordenador, ignoraban cuánto empeño y energía estaba
empleando Vladimir en la programación del nuevo BONIAK 9000.
Sus
partidas con la computadora resultaban cada vez más complejas y disputadas.
Popov vencía solamente tras dura lucha y, a menudo, algún error tonto le
arruinaba toda la estrategia y le obligaba a inclinar su rey ante la eficiente
refutación de la computadora. BONIAK 9000 estaba elevando el juego a una
categoría superior, ya que últimamente tenía acceso a Internet y disponía de nuevos
y mejores recursos. El ordenador escrutaba ficheros de todo el mundo para
consultar las bibliotecas virtuales que contienen millones de partidas de
ajedrez y bancos de datos con recomendaciones en las aperturas y los finales
básicos.
Pese a
todo, Vladimir pensó que quizá debía destinar más energía al módulo de análisis
de BONIAK para ampliar su horizonte de cálculo. Sabido es que, cuando una
máquina juega al ajedrez, se limita a calcular miles, quizá millones de
posiciones y variantes, cada vez que debe mover una pieza. A más velocidad y
energía, más jugadas evaluadas y, por tanto, mayor eficacia en el juego. Un
humano como Vladimir también calcula sus movimientos en el tablero, pero
utiliza una mezcla de raciocinio e intuición, así como la experiencia acumulada
y su conocimiento de ciertas posiciones básicas. El ser humano rápidamente
descarta lo irrelevante por considerarlo erróneo y absurdo, mientras que una
computadora no puede dejar de sumergirse en todas y cada una de las
posibilidades, sin eludir ninguna. Por eso también, al jugador humano se le
escapan detalles y a la máquina no.
Vladimir
introdujo otra mejora. Para darle más potencia al juego de BONIAK 9000, el ruso
optó por crear una complicada subrutina mediante la cual el ordenador autogestionaba
su potencia de cálculo. El objetivo era, llegado el caso, que la máquina
pudiera calcular más jugadas en posiciones especialmente complicadas. Orgulloso
de su trabajo, Vladimir se echó en su camastro para disfrutar del merecido
descanso.
El teniente Popov despertó súbitamente de su sueño, víctima de un mal
presentimiento. Estaba mareado. Al momento, las alarmas de emergencia se
activaron y una inquietante luz roja se apoderó de la estación orbital.
Vladimir no podía pensar con claridad, todo le daba vueltas. Intentó avisar a
sus compañeros pero, todavía durmientes, no respondían a sus gritos. Con
dificultad llegó a los indicadores y comprobó con preocupación que se estaba
produciendo una pérdida masiva de oxígeno. Vladimir se acercó al teclado, borroso
ya, e intentó averiguar qué ocurría cuando comprendió con horror que BONIAK
9000 había bloqueado todos los sistemas, incluidos los soportes vitales, para
calcular su partida con más profundidad.
Publicado en www.cesantmarti.com el 28 de marzo de 2006.
Ilustración de Joan Fontanillas Tapiol.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.
Publicado en www.cesantmarti.com el 28 de marzo de 2006.
Ilustración de Joan Fontanillas Tapiol.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.
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