jueves, 23 de agosto de 2012

La mascota



Lo encontré escondido tras unos arbustos y, cuando vi sus ojillos negros, no pude resistirme a su encanto y opté por quedármelo pese a que se trataba de una especie en peligro de extinción. Lo llevé a mi casa y lo alimenté con las sobras del almuerzo. No estaba seguro de que fueran a gustarle, pero por cómo engullía cada bocado en el plato supe que había acertado con sus gustos. El pobre parecía haberlo pasado mal, estaba algo desnutrido y tenía mucha hambre.
Al día siguiente le enseñé el resto de la vivienda y me pareció que le gustaba estar allí. Poco a poco, fue aprendiendo algunas pautas de conducta y le enseñé cómo comportarse en mi casa. Pasado un tiempo, lo castré y, aunque durante un tiempo parecía guardarme un cierto rencor, luego se volvió más manso y cariñoso. Desde entonces, soy uno de los pocos vecinos que tiene un humano en su casa.
La gran mayoría fueron desintegrados durante la invasión del planeta.

Publicado en www.brevesnotanbreves.blogspot.com el 15 de agosto de 2012.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

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