martes, 5 de marzo de 2013

La pirámide



Como cada domingo por la mañana Sergio tomó su asiento ante el tablero de ajedrez. Había llegado con prisas y todavía llevaba el pelo alborotado con sus rubios mechones esparcidos caóticamente por la cabeza en un triste simulacro de peinado. Para variar, no había dormido mucho y sus ojeras, oscuras y pecaminosas, delataban una turbia vida nocturna. Trasnochar no era una actividad muy recomendable para la práctica del ajedrez pero el individuo hacía un esfuerzo por compatibilizar ambas aficiones y cada fin de semana acudía fielmente a su cita con el club. Sergio no era un ajedrecista especialmente destacado, más bien mediocre, pero maniobraba sus piezas con relativa eficacia y siempre se contaba con él para defender los colores de la entidad, especialmente, en el Campeonato por Equipos.
El jugador alargó su mano para comenzar la partida cuando reparó inmediatamente en la presencia de aquella forma piramidal. El poliedro, con una base cuadrada y acabado en punta en su parte más alta, se hallaba ubicado entre el rey y la dama como si fuera una pieza más. Su rival permanecía impasible ante el tablero como si nada hubiera de extraño en él. Parecía no percibir al intruso. Incluso había otra pirámide –negra- entre las filas enemigas. Sergio echó un vistazo a las otras partidas y vio que también había pirámides, una por bando, en cada tablero. Fue entonces cuando advirtió que los tableros no eran de ocho por ocho casillas, como sucede en el ajedrez tradicional, sino de nueve por nueve para permitir la inclusión de esta nueva y misteriosa pieza: la pirámide. 
Sergio se sonrió por lo ingeniosa que resultaba la broma. Sus compañeros de club eran unos guasones y, de vez en cuando, tramaban alguna que otra travesura. Recordó en ese preciso instante aquella otra vez en la que, con cola adhesiva, pegaron el peón de rey al tablero de manera que cuando lo alzó para comenzar una partida todas las piezas cayeron estrepitosamente al suelo. No obstante, esta vez se habían superado.
Quiso devolverles el golpe y fingió que no pasaba nada. Puesto que ignoraba por completo qué movimiento se suponía que podía realizar la pirámide, escrutó con el rabillo del ojo el tablero que había a su lado y fue copiando las jugadas que hacía su vecino más próximo. La partida fue desarrollándose con absoluta placidez sin que nadie maniobrara la pirámide. Su movimiento seguía siendo un misterio.
Transcurrieron un par de horas y algunas partidas fueron concluyendo. Sergio aprovechaba cualquier ocasión, mientras el rival meditaba sus jugadas, para levantarse de su silla y ojear las otras partidas en curso con el objetivo de aprender las nuevas reglas de juego. Comprobó que en otras mesas la pirámide ya había cambiado de posición y estaba en casillas diferentes a la de salida pero no acababa de comprender su movimiento. En algunas partidas la pirámide se había desplazado en diagonal mientras que en otras había sido movida en línea recta o incluso dando saltos por encima de los peones como si se tratara de un simple caballo.
Tras una tensa espera no pudo resistirlo más y, en vista de que su rival no movía la pirámide, Sergio optó por mover la suya y, aleatoriamente, la avanzó tres casillas en línea recta. Lanzó una fugaz mirada a su oponente para estudiar su reacción ya que era muy posible que la jugada fuera ilegal y se originase alguna bronca. Sorprendentemente, su rival enrojeció visiblemente y, tras mirarle fijamente a los ojos, tumbó el rey en señal de rendición. Firmó la planilla a toda prisa y se levantó de su asiento a gran velocidad sin la más mínima intención de comentar el desarrollo de la partida. 
Sus colegas pronto advirtieron el desenlace favorable de su contienda y le felicitaron efusivamente por la sorprendente y rápida victoria pero nadie destapó la broma así que Sergio optó por hacer lo mismo y se marchó muy extrañado a su casa sin conocer exactamente cómo debía moverse la pirámide. Quizá no existía tal movimiento y simplemente se había fingido una farsa colectiva con movimientos azarosos que nadie pudiera comprender.
Sin darle más vueltas al asunto, salió a la calle y, como de costumbre, compró el periódico en un quiosco cercano. Subió al tranvía y, sentado cómodamente junto a una de las ventanas, comenzó a leer atentamente la publicación. Cuál fue su sorpresa cuando llegó a la sección de pasatiempos y, al examinar el problema de ajedrez, vio que el tablero impreso contenía una de esas horripilantes pirámides.

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 5 de marzo de 2013.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez Sánchez.

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